Voy a poner atención en 3 palabras sánscritas: karma, sanyasa y tyaga.
Karma se puede traducir como acción, actuar.
Pienso que la idea de que vivimos en un universo causal (no casual) es conocida y probablemente aceptada por nosotros hasta donde podemos llegar a comprobar. La ley del karma (una de las leyes universales al servicio de la ley de evolución, que está por encima de todas) describe como a cada acción le sigue una consecuencia, de la misma forma que la física explica como cada vez que yo ejerzo una fuerza contra un objeto, el objeto ejerce otra fuerza sobre mi de la misma intensidad y de sentido opuesto.
Pero, a diferencia de las leyes de la física, la ley del karma no opera siempre en el momento presente: en ocasiones el resultado de la acción ejecutada se separa en el tiempo de la acción causante del resultado. Está descrita la manera en que esa información queda almacenada, de forma que existe registro de las acciones ejecutadas, y esa información permanece latente hasta la ocasión adecuada para su expresión en forma de circunstancias que posibilitan que vivamos experiencias que nos permitan experimentar el resultado de la acción ejecutada.
Aunque yo no recuerde la acción y no pueda por tanto relacionarla con la consecuencia de la acción, el hecho de atravesar experiencias complementarias nos hace evolucionar a todos hacia ciertas conclusiones vitales universales (universales en el sentido de independientes del momento histórico, marco geográfico o cultural).
Esas que podríamos llamar «conclusiones a las que llega el alma humana una vez que está madura» se describen en los Yamas y los Niyamas. Esas conclusiones vitales propician una actitud apropiada para desarrollar una percepción más sensible que de forma natural tiende a descubrir «quién soy», «quién es el otro», «qué es la vida».
Las técnicas de yoga sirven para acompañar este proceso, eliminando los obstáculos y el sufrimiento que producen. De la misma forma que los cuidados terapéuticos buscan favorecer la salud, entendiendo la salud como el signo de la Vida fluyendo armónicamente a través del cuerpo, y siendo esa pulsión, el fluir de la Vida lo determinante (determinante porque si desaparece ese fluir de nada sirven todas las técnicas terapéuticas) y todas las técnicas terapéuticas herramientas que pretenden contribuir a crear un marco que favorezca ese armónico fluir. De la misma forma, las técnicas de yoga procuran contribuir a crear un marco que favorezca esa pulsión de la Vida para alcanzar la autoconciencia a través del ser humano.
Textos antiguos como el Bhagavad Gita y maestros contemporáneos como Madhava nos explican la ley del karma: conociéndola puedo capacitarme para actuar de forma que reciba las consecuencias que me sean apetecibles o favorables. Más aún: puedo capacitarme para actuar de forma que no quede sujeta a la necesidad de experimentar el resultado de las acciones que ejecute.
El tipo de acción libre de consecuencias futuras para el sujeto que lleva a cabo la acción es aquella que conlleva sanyasa y tyaga.
Me parece que conviene reparar en que la inteligencia que sostiene la ley del karma registra, junto a las acciones, todos los matices relativos no sólo a la acción en el plano físico, sino a la intención y el motor de la acción empleado (planos emocional y mental). Hila fino.
Los seres humanos podemos desarrollar la sensibilidad que permite la discriminación y la energía (energía expresada como capacidad en los cuerpos: como salud, amor e inteligencia) que posibilita la expresión de la voluntad, de forma que gracias a esa capacidad logremos elegir y llevar a cabo las acciones que nos dén como resultado el apetecido por nosotros (en la medida en que el objetivo apetecido esté en armonía con la ley de Evolución, ésto será factible).
Sanyasa tiene que ver, hasta dónde yo comprendo, con la elección. Y, desde donde yo lo miro, la elección es alegre: entre las opciones que veo elijo voluntaria y conscientemente. Y al hacerlo siento la alegría de la vida, de mi viaje, de mi aventura. No es rosa; sí es alegre. Aunque puedo caer en actitudes que me dificulten sentir esa alegría. Puedo, por ejemplo, elegir desde el miedo, que es como estar atrapado sin poder elegir y se siente mal; también puedo elegir quedarme mirando todo lo que no he elegido, todo lo que me pierdo… En vez de fijarme en lo que elijo, me fijo en aquello a lo que renuncio. Pienso que los renunciantes son primero «elegidores». No tiene sentido elegir sin alegría… Aún cuando el abanico entre el que escojo no sea el que me gustaría, con estos juncos voy a hacer mis cestos, son por tanto mi oportunidad de dar un paso en mi viaje. Y cuando recuerdo colocarme en este enfoque, se sienten bien situaciones que antes se sentían mal.
Pienso que este universo, además de causal es «compositivo»: no se puede destruir lo que existe, pero si se puede construir otra cosa. La renunciación es la consecuencia de la elección. La renuncia en sí misma, sin ser el resultado de una elección en positivo, está vacía, es estéril; es como emplear mi energía en ir contra algo en lugar de emplearla para crear, construir algo. No funciona. Me sucede con frecuencia caer inconscientemente en ese tipo de actitudes y los resultados no son satisfactorios: abandono la Vida, no camino en mi viaje, y puedo sentir las consecuencias… No se siente bien.
Tyaga tiene que ver, hasta donde yo comprendo, con ese matiz que me permite alcanzar la libertad en la acción.
Mi sentido de identidad lo puedo colocar en diferentes «sitios» (me puedo identificar con mis ideas, con mis afectos, con mi profesión…). Muchos de estos «sitios» implican una forma de actuar que me ata a las consecuencias de la acción que ejecuto.
Aquello con lo que me identifico va cambiando. Leyendo, escuchando… así cojo pistas. Pero cambio cuando cambio. Cuando me doy cuenta de algo no sólo a nivel cognitivo… Sucede, cuando algo cala y cambia todo el iceberg que manejo, también la parte debajo del agua que no veo apenas. Hago todo lo que puedo para posibilitar esos cambios en mí… Y suceden un martes, cuando no me lo espero. Me doy cuenta cuando me doy cuenta. Cambio cuando cambio.
Puedo propiciar el darme cuenta. En la escuela Sanatana Dharma enseñan cómo. El darme cuenta me va acercando a la realidad, también a la Realidad de lo que Soy. Va cambiando por tanto mi concepción de mí misma. Hasta que se exprese ese matiz en lo que percibo que Soy, en el que me vea, me sienta libre de este juego de acciones y consecuencias.
Muchas gracias.